viernes, 8 de noviembre de 2013

Perico 2013


Ya está…se acabó, justo para la hora de comer. Son exactamente las 15:19 y lejos queda esa salida a las 8:00 de la mañana del acueducto de Segovia. Me encuentro totalmente perdido, desolado, agotado y casi hundido. Necesito que alguien me coja la bici, que me guíen, ducharme, comer… no, en realidad no necesito nada de eso, solo quiero abrazar a un ser querido, que me dé la enhorabuena y decirle al hombro: “por fin, lo he conseguido, ha sido muy duro pero aquí estoy y, sí, el año que viene volveré a estar aquí”
Pero no, no hay nadie y es ahora cuando me viene el hombre del mazo, miro a la gente pasar, duchados, con sus bicis apunto de guardarse en los coches, con un plato de arroz en una mano y una cerveza en la otra, con sus personas queridas y yo busco desesperadamente a mi grupeta, al Club Ciclista Mostoles, han llegado todos antes que yo, supongo…
Quiero contarles y que me cuenten, porque desde las 8:01 no les he visto, se nos han metido entremedias 1900 ciclistas, la complicada salida empedrada de Segovia, 170 kms, 4 puertos de montaña, 3200 metros de desnivel y alguna que otra trampa.
Quiero contarles que esta prueba no comenzó a las 8:00, ni a las 5:30 (hora a la que me levanté), ni a las 23:30 de la noche anterior, hora en la que regresé de las fiestas de mi pueblo, con unas cuantas copas y cañas en el cuerpo, algo que no creo que sea muy bueno para una prueba como esta. Como creo que tampoco comenzó semanas atrás mientras coronábamos mi fiel Santi y yo los colosos pirenáicos, ni por supuesto comenzó cuando hace más de un año me compré mi querida “flaca”. Esta prueba comenzó en mi cabeza cuando, siendo un criajo dejaba de hacer lo que hacía cualquier niño de mi edad en verano, es decir,  ir a la pisci a las canchas de futbol o simplemente gamberrear en el parque, prefiriendo quedarme en casa, encender mi televisión Sharp de acabado en madera y, desde primera hora, ver la etapa reina del Tour, a Perico subiendo el Tourmalet, enriñonado, de cuneta a cuneta, esquivando al público, coronar, colocarse el periódico en el pecho, darle la vuelta a la gorrilla y lanzarse en busca de la gloria y la fama.
Pues bien, ahí estamos, 5 mostoleños a la sombra del acueducto, como siempre, llegando tarde a la salida, y colándonos para no salir de los últimos… el mostoleño es así. Al fondo vemos a Perico con Oscar Freire, Flecha y algún que otro figurín más, felices, de cháchara, como si con ellos no fuera la cosa, mientras que nosotros no paramos de fijarnos, al menos yo, en los que nos rodean, bicis millonarias, piernas perfectamente depiladas y formadas, zapatillas de carbono, maillots hechos a medida… qué coño hago yo aquí, me va a adelantar hasta Bahamontes. Dan la salida y pido un último abrazo a los mostoleños, deseándonos suerte, fuerza, precaución en las bajadas, y por supuesto que reservamos una pizca de fuerza, es decir, que seamos un poco italianos, que tire otro antes que tú.
Dos pedaladas y los he perdido, se me meten tíos y tías por todos lados, me faltan ojos para controlar todos los flancos, y las calles empedradas de Segovia no es el mejor lugar para pedalear por primera vez en mitad de un pelotón… me siento un poco Alex Zulle. Me olvido de mis compañeros y me centro en mi integridad física y en esquivar los primeros pinchazos y salidas de cadena. Se nota que hay nervios, tensión y miedo, lógico por otra parte, son 170 kms, 3 puertos de 1ª y un puerto de 2ª. Escucho a veteranos y no tanto, que esta prueba es de las más duras de España, incluso más que la Quebrantahuesos… vaya vaya con Perico, la que ha liado.
Y sin darnos cuenta ya estamos fuera de Segovia y miro por primera vez mi querido Garmin… 160ppm!!! Dios mío, como puedo ir así ya, lo achacaré a los nervios pero, voy cuesta abajo y llevo el corazón como si estuviera subiendo unas rampas del 7%. Con esto quiero mostraros que sobre la bici, como en cualquier otro deporte de resistencia, aunque estés rodeado de mucha gente, en realidad estás solo con tus pensamientos y tus sensaciones. Tu cabeza puede ser tu gran aliada pero también tu peor enemigo, y debes tener controlado tanto los momentos de euforia como los bajones. Y a todo esto, ¿qué ocurre fuera de mi cabeza? Pues que hemos llegado a la localidad de la Granja y es aquí donde comienza la subida a Navacerrada, pasando el enorme pelotón de ser una gran serpiente de 1900 cabezas a pequeños grupos de centenares de ciclistas. Me he enganchado a una grupeta de vascos que me llevan a 30 km/h en las postrimerías de Navacerrada. Tan rápido vamos que hemos alcanzado otro gran grupo en el que veo que lo encabeza mi gente, intento hacer un esfuerzo por alcanzarlos pero hemos llegado a Valsain, y es aquí donde el puerto es puerto, donde pasamos de rampas del 3% a rampones superiores al 10% tras cruzar el río Eresma.
Levanto el pie, y dejo que me adelante quien quiera. Hace un mes me subí este puerto, tras 100kms de ruta y sé lo que es. Ahora estoy fresco y puedo subir a 15 km/h o más pero hay que guardar, siempre hay que ahorrar, nada de subir por encima de tus posibilidades. Ante mi tengo las 7 revueltas, que en realidad son 6 curvas de herradura, donde rateo un poquillo, tomándolas por fuera para luego meterme al interior de la curva, es decir, esquivar la mayor pendiente que hay por el interior de la curva, pero bueno, aquí tenemos el tráfico cerrado y podemos hacer estas tonterías, porque queridos amigos, son tonterías….
Poco a poco vamos ganando altura y la subida se hace entretenida gracias al curveo, el paisaje, la novedad de la situación y por supuesto, gracias a la cantidad de ciclistas que te rodean. Ver como coges a uno que a su vez te vuelve a dejar, demostrando que nadie ha cogido todavía su ritmo, que te ves con fuerzas y aprietas y a la vez levantas el pie porque sabes que no debes hacer eso…que está mal!!! Y sin darte cuenta ves al fondo los edificios de la estación de esquí, la bola del mundo e incluso Cotos. Queda un kilómetro para coronar, para mí el más duro de esta subida, ya que llevamos aproximadamente 11 kms de puerto pero casi 30 kms de subida desde Segovia, y una horita y pico de esfuerzo. Lejos quedarán los gallos de la carrera, esta es otra prueba, la de la superación, la del ahorro energético, la de notar el aliento de familiares de extraños animando a todo el mundo, te aproximas a la cuneta para recibir su calor, porque aunque sea 18 de Agosto, por aquí arriba no superamos los 15º y toca
bajar. Bueno, primero toca mear y luego ya veremos.
Coronado queda el puerto más alto de la jornada pero no el más duro, y mientras me concentro en orinar, en ser lo más rápido en ello, miro atrás y veo como no paran de pasar ciclistas y más ciclistas, pero aquí mi cabeza hace de aliada y me dice que “tranquilo, ya mearán ellos ya…”. Ahora hay que aprovechar para comer mucho y beber aun más en el falso llano que conduce de Navacerrada a Cotos, ya que luego la bajada de Cotos no dejará tiempo para nada. Y mientras ciclistas de otras provincias me adelantan como auténticos condenados ingiero barritas, plátanos y bollos con chocolate como si no hubiera un mañana. Ellos no saben que tras estos 7 kms en los que hay que dar pedales ya que la pendiente negativa es casi inexistente, vienen después 14kms de bajada rápida, peligrosa, de curvas que se cierran en el último momento, con el tráfico abierto, en carretera bacheada y llena de sombras, en donde será casi imposible soltar las manos del manillar.
Es aquí donde me lanzo y comienzo a adelantar ciclistas, aprovechando que me conozco el puerto como nada, y sabiendo hasta donde se encuentran los baches más gordos. El problema es que siempre he bajado solo y aquí lo hago con decenas de tíos, y más de uno me la lía, pero bueno, ya hemos llegado al monastario de El Paular, y empiezan a formarse los grupos de ciclistas de niveles físicos parecidos, y memorizo inconscientemente maillots, dorsales y caras. Valencianos, vascos, madrileños, asturianos, italianos, franceses…me dejarán en Morcuera, los cogeré en Canencia, nos hundiremos todos en Navafría…
Llegamos a Rascafría y, atención, está en fiestas y recibiéndonos los borrachos en sus calles adoquinadas gritando “EPO EPO, BIDONES CON CLEMBUTEROL!!!” y a su vez agitando botellas rellenas de lo que queda del botellon. Difícil es esquivarlos, y más aun con el adoquinado de su calle principal que hace temblar tanto a la bici que más de uno pierde el bidón, y creo que hasta los empastes de las muelas. No te quejes Felipe que mira lo que dice un veterano detrás de ti, que esto no es nada comparado con el “Bosque de Aremberg” en la Paris-Roubaix. Vaya vaya…tampoco me importa, allí no iré en la vida…o si? En fin, son 300 metros que creo que se me hacen más duros que los 11 kms de subida de Navacerrada.
Y sin respiro salimos a la carretera de Miraflores de la Sierra, y comienza el segundo puerto de la jornada, la Morcuera. El nombre asusta, le viene ni que pintado y al principio nos hace desconfiar, porque son falsos llanos que nos van adentrando más y más en la montaña, cruzando el río Lozoya, homónimo de este valle tan bonito. Dejando atrás Peñalara con sus neveros que luchan por no derretirse…justo lo contrario que nosotros. Aquí ya no hay sombras, es un terreno abrupto, seco, lleno de matorrales y pastizales, donde el viento brilla por su ausencia, y donde me viene a la cabeza una de los dichos míticos de Perico, los campos magnéticos, y sí, esta carretera tiene dichos campos magnéticos. Te obliga a mirar la rueda de adelante, la de atrás, en busca de algo que te explique el por qué vas tan atrancado, un pinchazo, pérdida de presión en las ruedas, una zapata que te va frenando, pues no, no ocurre nada de eso, es simplemente que la carretera es así, y pasas de subir de 14 km/h a luchar por no bajar de los 10 km/h. Son duros los primeros kilómetros, con rampas que no bajan del 8% y con varias curvas de herradura, bajando dicha pendiente en el resto de la subida al 5-6%, pero haciéndose muy pestoso ya que es un subida repleta de rectas sempiternas y sin ver el final de la subida. Aunque no todo va a ser malo, el puerto se asciende por el lado derecho de un fuerte barranco que nos hace distraernos y perder la vista en las profundidades del mismo, localizando construcciones abandonadas que se confunden con los fuertes riscos que se desprenden de la tierra, agijones resquebrajados producto de inviernos duros y extremos.
Son 13 kms de subida al 5% que los culmino en menos de una hora, algo que no está nada mal y con premio al final. Avituallamiento sólido y líquido, el cual viene genial pero en el que con el jaleo de bicis, ruedas, cascos y bidones por el suelo te hace perder un poco la orientación, produciéndote algo similar a cuando entras en un buffet libre, es decir que te vuelves loco y comes primero fruta, luego carne, bebes, ves un bollo, lo ingieres, coño si hay también jamón…vamos, que montas un potingue en el estómago ideal para bajar los peligrosísimos 9 kms de bajada hasta Miraflores
.
Bajada que por supuesto también me la conozco al dedillo y que es muy similar a la de Cotos, siendo aun más rápida con curvas menos peligrosas y con el asfalto en igual o peor estado, de hecho, hace un par de meses partí por aquí un radio. Con lo cual aquí fui “mente fría” e hice menos el loco, reservé pedaladas, hidraté mis músculos y los estiré porque venía el cambio más brusco de toda la prueba, el paso en Miraflores de bajar Morcuera a subir Canencia. Es decir, algo tan sencillo y simple como bajar a 60 km/h, frenar hasta casi pararte, tomar una curva a la izquierda, cambiar el plato grande por el pequeño y meter directamente el piñón de 28 dientes, ya que de golpe y porrazo te encuentras con una rampa del 12% de más de 300 metros. Terreno abonado a salidas y roturas de cadena, y lo que es peor a calambres y lesiones porque amigos, llevamos ya 75kms de prueba y casi 3 horas de esfuerzo al límite.
Hablando de esfuerzos, es en este punto donde se produce el mayor cambio en mi corazón y supongo que en el de todos. Pasar de 115 ppm a 160ppm, es ahí donde empieza a notarse el fruto del entrenamiento de meses, de regular ese esfuerzo e ir bajando pulsaciones a pesar de que no baja la pendiente. Es en este puerto donde comienzo a sentirme seguro y con posibilidad de progresión en la prueba. Y es aquí donde comienzo a ir adelantando a ciclistas más que a ser adelantado por ellos. Es aquí donde se ve al “messie mazó” asomarse, se le presiente en las cunetas, animando junto a familiares y parroquianos, tomando fotos a más de un dorsal… pero algo me dice que a por mí no va a ir, al menos en este puerto.

Canencia es un segunda que engaña, en el que la gente dice que Canencia se sube con cadencia, las ganas. Son 8kms de subida casi al 5% pero por culpa de 3 kms centrales que no dejan de ser un mero llano, siendo los 3 kms finales un auténtico infierno y sin olvidar los dos primeros kilómetros rondando el 6% y con la famosa pared al 12%. La carretera es ideal, un asfalto nuevo y suave, en el que la bici debería deslizarse sin problema si no fuera porque vas reventado, y en donde los árboles te cobijan del sol y del viento pero los cuales te impiden atisbar el final del puerto, preparándonos el cuerpo para lo que nos ocurrirá en el último puerto de la jornada, Navafría, donde será aun peor, ya que no son 3 kms de subida sino 12… Pero eso ya vendrá, ahora toca superar estos kilómetros duros, durísimos, en los que el gps no baja del 7% y donde mi moral va ganando enteros al no ser adelantado por prácticamente nadie, y al dejar atrás a auténticas máquinas, figurines, pepinos de bici y gemelos de película de gemelos, claro está. Y por supuesto, gracias al público que se encuentra en las últimas rampas, dando refrescos, agua, empujando tanto física
como moralmente. Aun me emociono al recordarlo.
Coronada Canencia, hago acopio de sales y apenas paro, me veo que estoy fuerte y con ganas de continuar. Paso del jaleo del avituallamiento a la soledad de la bajada, sin adelantar a nadie, sin que nadie me adelante, lo cual no es bueno, nada bueno. Es en estas curvas donde recuerdo la crónica de la prueba del año pasado, en la que recomiendan encarecidamente buscar una grupeta en la bajada de Navafría para así poder afrontar sin problemas los últimos 40 kms a meta, pero nada dicen de los 15 kms de falso llano desde el cruce de la carretera de Canencia a Lozoya, inicio del puerto de Navafría, que si te quedas solo, como era mi caso podría ser el fin de la etapa, cuesta arriba, viento en contra y rodeado de montañas de más de 2000 metros de altura…
Miro a mi derecha y entre los pinos se ve la carretera, allá abajo, imitando el curso del río Canencia, y atisbo una pequeña grupeta, no lo dudo y me lanzo a por ellos, son 7 kms de bajada más o menos rápida y peligrosa y es el único tramo en donde les podré alcanzar, ya que después se sigue bajando pero es una bajada más de dar pedales y  relevos. Adelanto a un ciclista mallorquin solitario y le digo que se pegue a mi rueda que hay que ir a por la grupeta, y me dice que no, que para qué si ya comienza el otro puerto, demostrando cuan importante es conocerse el terreno. Le digo que no, que son 15 kms de falso llano y no veáis como apretó el culo para cogerme y a su vez coger al resto. Salimos del pueblo de Canencia, pueblo abandonado y perdido de la mano de dios, y seguimos bajando pero ya aquí la cosa es distinta, el viento da de costado en la misma dirección que Segovia, y claro, es inevitable pensarlo, es el mismo viento que te va a amargar los últimos 40 kms de prueba. Llegamos al cruce con la carretera de Rascafria y nos lanzamos en dirección a Lozoya, bajo la atenta mirada de los Montes Carpetanos, con Los Neveros, El Reventón y Peñalara como baluartes de la zona. Lozoya se atisba al fondo, debemos rodear el pantano de La Pinilla, y es ahí donde somos alcanzados por una grupeta enorme tirada por unos vascos y dos malas bestias ilicitanas (dícese del habitante de Elche) que nos sacan de punto a todos, alcanzando, recogiendo y dejando atrás a multitud de ciclistas pero que en lugar de provocarnos satisfacción nos provoca todo lo contrario. Y os preguntareis por qué no me paré, pues bien, porque soy hombre y como buen varón que soy no voy a ser el primero en rajarme, habría estado encantado de hacerlo pero siempre y cuando alguien lo hubiera hecho antes, claro…
Sin descanso, entramos en Lozoya, a nuestra izquierda el pantano de La Pinilla y a nuestra derecha las primeras casas del pueblo, entre ellas el restaurante de una amiga, El Pajar de Fuente Hernando, famoso por sus espectaculares cocidos y sorprendentes postres, así que un día después de hacer una rutilla por la zona es de obligado cumplimiento almorzar ahí, entendido!!!
Una vez hecha mi desinteresada publicidad, y volviendo a la realidad tras salivar al observar la fachada del restaurante, observo que he perdido la estela del grupo, anda y que les den... Giro a la derecha y comienzo la subida a Navafría, 12 kms al 5,5%, siendo para mí el puerto más bonito de todo Madrid, tranquilo, sin apenas tráfico, con un asfalto perfecto, envuelto en una vegetación casi selvática predominando en la primera mitad de la subida el roble y siendo sustituido a medida que ganamos altura por el pino silvestre. Vegetación que tanto en verano como en invierno te protege de los rigores del tiempo pero que también te impide ya no solo ver el final de la subida sino tampoco el curso de la carretera, sorprendiéndote las apariciones repentinas de curvas de vaguada, de herradura y alguna que otra curva en forma de 8, con qué poco me sorprendo, no?. En defenitiva, un deleite de puerto para todo amante de la bicicleta pero que en este momento es de todo menos un placer, lógico y normal cuando uno lleva ya 4 horas sobre la bici, más de 100kms recorridos y 2500 metros ascendidos. Pero no nos vamos a quejar de algo que nos gusta y es imprescindible en nuestras vidas. Coño, todo el día quejándonos…
Llegados aquí te entra un sentimiento de alivio, de haber conseguido el 75% de la prueba, y por tus venas corre un chorro de confianza. Mi estado físico en las postrimerías de este primera categoría es mejor de lo que esperaba, me veo con fuerzas, las piernas responden y es mi terreno, así que cometo el típico error de principiante y me lanzo en caza de todos aquellos que hace unos kilómetros han tirado de mi y de tantos como yo, dejándonos bien maduros. Coloco mis manos en la parte central del manillar, abro mi maillot, meto plato, y coloco la sufrida cadena en el piñón 23, dejando dos más para las rampas de la parte central del puerto, la más dura. Y allá voy, primero poniéndome de pie en las primeras rampas del puerto, bordeando el pueblo de Lozoya por la parte izquierda del mismo, subiendo paralelamente a un pequeño arroyo que, en estas fechas, aun lleva agua. Allí les tengo, en mi punto de mira, vascos y valencianos, subiendo a su ritmo, fuertes y constantes, descolgando a decenas de hombres que poco a poco les voy alcanzando y rematando. Son rampas no excesivamente duras pero que se hacen pronunciadas en las varias curvas de herradura que nos hacen ganar altura poco a poco, dejando ya abajo el pueblo, el pantano, el valle… cuantos como yo estarán allá abajo afrontando las primeras rampas, sufriendo con sus pájaras particulares, con sus calambres, y aun así ni se les pasará por la cabeza abandonar. No, ya a estas alturas no se abandona, hay que llegar como sea pero hay que llegar.
Y así, con estos pensamientos, dejo atrás las últimas casas de las urbanizaciones. Es el tercer kilómetro de subida, una recta pestosa sin una gran pendiente pero que obliga a la gran mayoría a hacer eses contínuas por la carretera, a ponerse de pie, a sentarse, el ritmo lo tienen perdido pero yo no, lo llevo en el cuerpo, y en mi corazón. Allá voy yo y mis 160 ppm, soltando a todo aquel que intenta seguir mi ritmo infernal de 10-12 km/h, hasta que llego al cuarto kilómetro de subida, un kilómetro duro en torno al 7%, en el que tras pasar un pequeño puente nos encontramos con una curva en forma de “z” en la que hay picos superiores al 10%. Son 200 metros eternos, en los que pasas de ir a 10 km/h a 7 km/h o menos, metes todo lo que tienes, culebreas, te enriñonas, apretas los dientes, miras a ese punto imaginario que todo cicloturista conoce, ese pequeño punto en el que tu rueda delantera roza el asfalto, levantado solo la vista para esquivar a todo aquel que aun va más lento que tu, le sorteas y le animas, solo quedan 7 kms de subida, solo…
Es en este punto donde establezco esa amistad necesaria en los momentos de agonía colectiva, amistad basada en apoyar tu espalda en la de otro para soportar mejor el cansancio y el agotamiento. Un chaval asturiano, de piernas portentosas y cuerpo moldeado en las horas y horas en las que imparte clases de spining allende los valles mineros, cuyo maillot llevaba viendo desde Canencia y que en esta subida, tras varios arreones ni consiguió soltarme como tampoco pude hacer lo mismo con el, así que para relajar las tensiones y las hostilidades utilicé una estrategema muy comadrejil, soltar una frase como “joder, que duro es esto…” y a partir de ahí comenzó una conversación en la que al principio tomaba parte de la misma, contando cada uno su vivencia de la prueba, el entreno hecho hasta el momento, y por supuesto, metiéndonos con todos los flipados que se creen por un día Perico Delgado y Laurent Fignon, menudos flipados… Pero que tras un par de kilómetros fui sustituyéndola por “síes” y “noes”. Y es que alguien se estaba acercando por detrás, alguien grande y cargado con algo muy pesado, alguien a quien notaba su aliente en mi nuca, alguien que me tenía el abdomen apretado de tal forma que me impedía y me desganaba para comer nada, alguien que me decía que por mucho que bebiera la sed iba a estar conmigo hasta el final de la prueba, alguien que poco a poco me iba bajando los párpados, alguien que me provocaba bostezos, alguien que me obligaba a ponerme de pie sobre la bici, a sentarme, a mirar los piñones y ver que iba con todo metido, alguien que en definitiva quería “obligarme” a bajar de la bici… Efectivamente, el hombre del mazo había llegado a mi humilde morada, afrontando el segundo kilómetro malo de la subida, kilómetro al 7.5% y con una rampa final en curva de herradura que casi me obliga a poner un pie a tierra si no fuera porque había un fotógrafo de la organización, maldita sea, así que puse mi mejor cara, bailé un poco sobre la bici, e incluso sonreí, y, tras ese momento de comedia italiana, me senté sobre ese sillín machacado, solté todo mi peso sobre los brazos y me dejé llevar. A todo esto, el asturiano seguía con su sainete horadándome la cabeza cual gota de agua sobre roca caliza
.
Solo son tres kilómetros los que restan para el final de la subida, tres kilómetros en los que el domingo, 18 de agosto, se paró el mundo, en los que los árboles se alejaban en lugar de acercarse, kilómetros en los que establecías referencias cercanas, animándote mentalmente a alcanzarlas, y una vez alcanzada poniendo tu punto de mira en otra. Evitaba mirar el gps, no quería saber nada de velocidad, frecuencias cardíacas, altitud… solo quería llegar al cartel del puerto, parar, coger sales, bidones de agua, lo que fuera, pero llegar. Solo me consolaba ver que no era el único en esa situación, ya que a pesar de mi estado, seguía adelantando al personal, y nadie hacía lo mismo conmigo, el hombre del mazo tenía mucho curro esa mañana por lo que se ve. Y así, tirando más de fuerzas de flaqueza y de cabeza alcancé el puerto. Ahí estaba con decena de compañeros, bebiendo por beber, mojando las cabezas, intercambiando impresiones… pero yo sé lo que pasaba, nadie quería coger la bici, lejos queda Lozoya, tras una hora de subida pero más lejos queda aún Segovia, 50 kms más allá. 10 kms de bajada y 40kms de falso llano, con viento en contra y con repechos que acabarán rematando a más de uno.
Y allí que nos lanzamos mi compañero asturiano, otro amiguete suyo y yo. Bajada peligrosa y a la vez espectacular, con el mismo asfalto que las bajadas anteriores, es decir, una p… mierda y con varias curvas de herradura que a más de uno le daría un buen susto. En un abrir y cerrar de ojos pasamos de los 10km/h a los 60km/h cazando a ciclistas con más cabeza que nosotros, que aman su integridad física y que a su vez utilizan las bajadas como “centros de recuperación”, no como yo que en unos minutos olvidé el estado lamentable en el que me encontraba hace un par de kilómetros arriba. Pero bueno, seguimos vivos que es lo que importa, y ya solo queda llanear y agarrarte a una buena rueda, y esa rueda buena es la de un grupo de vascos y valencianos, alcanzados en la misma bajada, ahí os tengo y os voy a esprintar en Segovia so cabr…
Pues bien, finalizamos la bajada sustituyendo la humilde SG-612 por la imponente N-110, sustituyendo un asfalto lamentable por un asfalto que desliza el caucho que da gusto, sustituyendo una carretera con tráfico inexistente por una carretera plagada de camiones, turismos y motos, sustituyendo una carretera protegida del viento por una carretera en la que el dios Heolo nos saluda con un tremendo bofetón en toda la cara. Van a ser 40 kms muy duros, y lo fueron, en los que nadie decía nada, todos pasábamos al relevo, jugándonos alguna vez que otra nuestro futuro sobre las dos ruedas, evitando bandazos, afiladores, enganchones y algún que otro coche “despistado”, y es que el arcén de una nacional es ancho pero no tanto.
Así transcurrieron los primeros kilómetros de llaneo hasta que llegamos al primer repecho, en el que fui perdiendo rueda, pasando de las primeras posiciones a cola de grupo y finalmente perdiendo rueda… Es ahí donde me dí por vencido. Allá se iba mi grupo, formado por ciclistas con los que he estado codo con codo durante toda la prueba, alejándose cual potente tren y yo siendo aquellas vagonetas que se movían con el movimiento de dos personas. Fue el peor momento de toda la prueba, quedaban 35 kms y sabía que aun quedaban como poco tres repechos, uno de ellos de un kilómetro de longitud en los que iba a echar hasta los higadillos.
Volví a levantar la cabeza y vi como no era el único en caer. Al final del repecho en el que perdí la estela, caían otros tantos ciclistas y allá que me lancé. No podía acabar la carrera solo, no podía perder todo lo que había ganado. Guardé algo de las pocas fuerzas que me quedaban en el final de la subida y me arrojé a por esos ciclistas, alcanzándoles y tirando después de ellos, con un solo pensamiento, acabar lo más dignamente posible, ya que alcanzar al grupo era una auténtica locura. Y así transcurrieron los siguientes kilómetros hasta que llegamos a Collado Hermoso en el que se encontraba el último avituallamiento sólido de la prueba a 30kms del final, y que me vino como agua de Mayo, a pesar que tenía el estómago cerrado y con más ganas de vomitar que de comer, pero me obligué a comer y beber, porque aun quedaba más de una hora de prueba en la que al sol le quedaba algo por decir. La carretera había hundido a más de uno, y era en ese momento en el que el sol y el viento se encargarían de rematar a muchos otros.
Y mientras yo divagaba por los efectos de la fatiga me percaté que mis compañeros no se habían parado, maldita sea. Así que me veía en las mismas de antes, más solo que la una y recordando las palabras de un buen amigo mío que andaría ya comiéndose su plato de arroz en línea de meta, “Felipe, comunicación, ante todo comunicación con todo el mundo”. En fin, súbete a la bici y ya veremos qué pasa. Saqué el filósofo que llevo encima, y mi lado más tranquilo y pasota, me relajé sobre la bici, puse un desarrollo suave y acepté lo que me quedaba como un castigo por haberme creído Nairo Quintana en la última subida a Navafría. Bajada larga y al fondo la larga y dura subida a Torrecaballero en donde perdería todos los puntos del carné de conducir, y de repente, por la sordi, aparece mi angel de la guarda, un chaval imberbe, de apenas 18 años y con la bicicleta de su padre, que me levantó las pegatinas de la bici. Dudé durante unos segundos pero no más porque si no no me lo perdonaría por nada, así que me lancé a por su rueda y me prometí no soltarla por nada en el mundo, por orgullo, por ser un reto, por no querer acabar solo dicha prueba. Llegó la famosa cuesta y por no descuidar la rueda del chavalín no me percaté de la llegada de un minigrupo que nos lijó pero bien. Otra vez me veía solo y desamparado, sabía que esta era la última cuesta, el último repecho, que tras esto poco duro quedaba ya, bajé un piñón, me puse de pie sobre mi Giant y me lancé a por ellos, una vez me dejaron pero no dos, vamos, vamos, iba a reventar, los calambres estaban ahí, llamando a los cuádriceps, a los isquiotibiales, pero al igual que llegaban los calambres también llegaban las antenas, y ya sabéis que allá donde veáis una antena, significará que es el final de una subida, y sí, acabé con ellos la subida, por poco pero sí. A veces necesitamos que la cabeza tire del cuerpo, y este ha sido uno de tantos momentos en las últimas 5 horas. Torrecaballero está a nuestros pies.
 Ahora me invade una duda, si seguimos la nacional, Segovia se encuentra a 12 kms en ligera bajada pero si cambiamos de carretera y vamos en dirección a La Granja, la cosa cambia radicalmente, aumentando a 20 kms la distancia a Segovia, en una carretera de asfalto rugoso, que te pega a la misma como si fuera chicle, y lo peor de todo, con una rampa entorno al 10% entrando a la bella localidad. No me canso de decirlo, es importantísimo conocerse el terreno, y agradezco enormemente aquella pequeña gran locura de hacer el recorrido hace menos de un mes. Llegamos al cruce y un guardia civil nos manda hacia La Granja, vaya vaya…
Más sorprendidos se quedan mis compañeros, y me veo en la obligación de explicarles lo que queda de recorrido, metiendo algo de miedo en el cuerpo para que levanten algo el pie, que me llevan fundidito fundidito. Pero esta idea cambia en mi cabeza al ver al fondo a mis antíguos compañeros, aquellos que me dejaron en el último avituallamiento. Así que soy yo ahora el que tira del grupo, esto es algo personal, cazándoles justamente en la subida a La Granja, siendo algo maravilloso, como adelanto a estos tíos en plena subida, sin avisar, sin que se lo esperaran, mi pequeño kilómetro de gloria. La cosa se quedó ahí, y pasamos de ser un minigrupo de 6 integrantes a superar la veintena de ciclistas, pedaleando juntos, en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos, en lo que ha vivido en las últimas 6 horas, viendo como compañeros abandonaban por averías, caídas, desfallecimientos… Seguro que pensando también en todo el esfuerzo realizado en los meses pasados, preparando una prueba tan dura, sacrificando noches locas porque el Domingo había que entrenar, cogiendo la bici antes de ir a trabajar, aprovechando los últimos rayos de sol del verano para pedalear aunque fuera solo 30 minutos, cuidando la alimentación, y por supuesto, soportando alguna que otra bronca de la pareja o del ser querido…”siempre estás con la bici”. Lejos queda todo eso, porque seguro que el o ella están ahí, esperándote junto a la línea de meta, preocupado/a porque ya han pasado muchos ciclistas y porque ya son mas de 6 horas sobre la bici. Un esfuerzo brutal para el cuerpo, que yo no pensaba que lo lograría, mis fuerzas están al límite, giro a la izquierda, luego a la derecha y ahí está, la línea de meta, freno, dejo que entre el grupo, quiero entrar solo, me encantaría hacer el caballito de Peter Sagan, pero me conformo con levantar un brazo, y señalar al cielo. Una lágrima cae por mi mejilla, solo una, una lágrima que resume el esfuerzo realizado hoy, el esfuerzo de un año de sacrificios y también, una lágrima por la necesidad de abrazar a alguien y dejarme caer, estoy hundido y perdido. Si la meta estuviera 100 metros más adelante habría llegado, si hubiera estado, 1km más allá, habría llegado también, e incluso, si hubiera estado 10 kms más arriba, en Navacerrada, seguro que también habría llegado, pero una vez traspasada el cuerpo dice basta, la cabeza quiere descansar, pasar página.
Daría todo lo que tengo en el banco por estar ahora mismo en mi salón, tumbadito en mi sofá, pero como no tengo nada aquí sigo, la gente me empuja, la bici me estorba, busco a mis compañeros y no los localizo, lógico, los busco con el maillot de Mostoles, y estarán ya vestidos de calle, sin casco, sin gafas, aseados, peinaditos, compartiendo aventuras y curiosidades, deseando que el otro calle para contar su pequeña historia… Y ahí les veo, tirados en una escalera, riendo y vacilando, todos callaron al verme y todos se alegraron, me daban la mano, palmadas, sorprendidos, pensaban que iba a llegar más tarde, tampoco me han sacado tanto tiempo, me preguntan que tal…y yo lo único que quiero es saber donde están las duchas, comer y dejar la bici para siempre… Unos días después estaba pedaleando otra vez, y pensando en el próximo reto…Francia…Alpes…Galibier…Alpe d´Huez…La Marmotte.
Uno no envejece al pedalear, envejece cuando deja de pedalear.

                                                           La Perico. 18 de Agosto del 2013.